Se las mira. Dedos cortos, deformes. Artrosis.,
claro, artrosis. Arrugas y manchas. De
vejez, les dicen.
Las gira. Observa la palma izquierda. La línea
de la vida nace en el borde de la mano y, con un preciso arco, bordea el Monte
de Venus. “Señal de vida larga”. Hmmm. La línea del corazón denota “profundidad
de sentimientos”. Vaya. Eso dice Google, en una página de quiromancia.
De pronto le parece que se desprenden de los
brazos, cobran vida propia y se alejan. Retroceden. Años, muchos años. Ahí
están, pequeñas, una depositada con suavidad sobre una teta. Al rato aferrada a
un dedo grande. Poco después reptan entusiastas al descubrir suelo. Luego,
anular y del medio juntos, introducidos en la boca y chupados con
fruición, son costumbre mantenida por largo tiempo. Intentan impedírselo de mil
formas hasta que, un pediatra de los geniales dictamina “déjenla”. Y la dejan,
pero sólo hasta los cinco. Hasta acá llegó nuestra paciencia dicen y prometen
una sorpresa si larga esos dos dedos, aplanados de tanta chupada. Entonces son
liberados y todos juntos juegan con muñecas. Dan inyecciones cuando éstas enferman, tapan de noche. Barren
lágrimas, limpian mocos.
Aferran cadenas de hamaca, manijas del sube y
baja, piolas de barrilete. Algún día riendas de caballo.
Al momento adecuado toman lápiz, garabatean las
primeras letras, los primeros números. Más luego dibujan. Una casa con puerta,
ventanas, chimenea de donde sale humo, rodeada de árboles, flores, un camino
para irse y volver. Pasan a manejar pinceles y colores, nacen paisajes,
naturalezas muertas, flores. Crisantemos, cinerarias, clavelinas. Cuadros,
ilustraciones, diseños.
En la cocina ayudan a limpiar arvejas. Después
aprenden a batir siete claras a punto nieve y nace el Budín Blanco, celebrado debut
en repostería. De ahí un paso para ampliar la habilidad de preparar
manjares a ser saboreados con
placer. Lavan, lavan, lavan ropa porque
sólo así queda limpia de verdad. Empuñan agujas y aparecen bufandas, gorros,
guantes, de todo. Empuñan tijeras, otras
agujas, dedal y surgen vestidos, blusas, pantalones. Rasgan cuerdas de una
guitarra, pálido remedo del gran sueño que no fue: blancas y negras de un
piano.
Precoz, quizás demasiado, exploran su cuerpo,
sus profundidades y descubre el goce.
Hay tiempo para surcar espaldas, brazos, cuerpos
adultos, no de criaturas. Nunca de criaturas. ¿Por qué no de criaturas? Les
falta eso. Sentir que pueden conducir una mano pequeña, tapar cuerpitos cálidos
no de muñeca, posarlas sobre una frente afiebrada, acariciar una blanda
mejilla. Faltará para siempre.
Cargan valijas de acá para allá, suben y bajan
de aviones, cruzan océanos. Barren lágrimas, dicen adiós. Una vez, muchas
veces.
Aplauden con fervor obras de teatro, conciertos,
operas. Más adelante consignas libertarias en marchas y movilizaciones.
Bailan en teclados de letras. Acá y allá. En
una, dos, tres lenguas. Componen trabajos, cartas comerciales, para amigos, de amor, noticias, relatos de
aventuras, dolores, alegrías. Escriben, todo el tiempo. Poemas, luego cuentos.
Acarician cariñosas rostros con arrugas, muchas
queridas arrugas. Hasta que no hay más rostros con arrugas para acariciar.
Se hunden en la tierra, colocan semillas que
brotarán. Cosechan frutos de plantas que se multiplican, pelan tomates, cortan
lechugas, pican acelgas. Cuando el sol calienta se funden con olas.
Creyendo no haber más placeres por conocer
encuentran el sutil y complejo mundo felino. A partir de ahí incorporan horas
de acariciar esos cuerpos suaves, peludos, ronroneantes.
Sujetan manubrio de bicicleta para recorrer
tiempos y espacios sin límites.
Sin batuta, dirigen el aire mientras Beethoven sube
y se filtra en su medula, en una milagrosa conexión que atraviesa siglos, uniéndose al concentrado
creador del autor. Borran lágrimas.
Los años pasan, unos tras otros, tras otros,
tras otros. Siempre solas.
Cuando pensaron que el futuro se había anclado
en un eterno ayer, aparece una mano grande y lo sacude todo. Entonces se
descubren aún vivas, muy vivas a pesar de los dedos deformes, las arrugas, las
manchas.
La rueda vuelve a girar.
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