lunes, 14 de noviembre de 2016

manos




Se las mira. Dedos cortos, deformes. Artrosis., claro, artrosis.  Arrugas y manchas. De vejez, les dicen.
Las gira. Observa la palma izquierda. La línea de la vida nace en el borde de la mano y, con un preciso arco, bordea el Monte de Venus. “Señal de vida larga”. Hmmm. La línea del corazón denota “profundidad de sentimientos”. Vaya. Eso dice Google, en una página de quiromancia.
De pronto le parece que se desprenden de los brazos, cobran vida propia y se alejan. Retroceden. Años, muchos años. Ahí están, pequeñas, una depositada con suavidad sobre una teta. Al rato aferrada a un dedo grande. Poco después reptan entusiastas al descubrir suelo.  Luego,  anular y del medio juntos, introducidos en la boca y chupados con fruición, son costumbre mantenida por largo tiempo. Intentan impedírselo de mil formas hasta que, un pediatra de los geniales dictamina “déjenla”. Y la dejan, pero sólo hasta los cinco. Hasta acá llegó nuestra paciencia dicen y prometen una sorpresa si larga esos dos dedos, aplanados de tanta chupada. Entonces son liberados y todos juntos juegan con muñecas. Dan inyecciones cuando  éstas enferman, tapan de noche. Barren lágrimas, limpian mocos.
Aferran cadenas de hamaca, manijas del sube y baja, piolas de barrilete. Algún día riendas de caballo.
Al momento adecuado toman lápiz, garabatean las primeras letras, los primeros números. Más luego dibujan. Una casa con puerta, ventanas, chimenea de donde sale humo, rodeada de árboles, flores, un camino para irse y volver. Pasan a manejar pinceles y colores, nacen paisajes, naturalezas muertas, flores. Crisantemos, cinerarias, clavelinas. Cuadros, ilustraciones, diseños.
En la cocina ayudan a limpiar arvejas. Después aprenden a batir siete claras a punto nieve y nace el Budín Blanco, celebrado debut en repostería. De ahí un paso para ampliar la habilidad de preparar manjares  a ser saboreados con placer.  Lavan, lavan, lavan ropa porque sólo así queda limpia de verdad. Empuñan agujas y aparecen bufandas, gorros, guantes, de todo.  Empuñan tijeras, otras agujas, dedal y surgen vestidos, blusas, pantalones. Rasgan cuerdas de una guitarra, pálido remedo del gran sueño que no fue: blancas y negras de un piano.
Precoz, quizás demasiado, exploran su cuerpo, sus profundidades y descubre el goce.
Hay tiempo para surcar espaldas, brazos, cuerpos adultos, no de criaturas. Nunca de criaturas. ¿Por qué no de criaturas? Les falta eso. Sentir que pueden conducir una mano pequeña, tapar cuerpitos cálidos no de muñeca, posarlas sobre una frente afiebrada, acariciar una blanda mejilla.  Faltará para siempre.
Cargan valijas de acá para allá, suben y bajan de aviones, cruzan océanos. Barren lágrimas, dicen adiós. Una vez, muchas veces.
Aplauden con fervor obras de teatro, conciertos, operas. Más adelante consignas libertarias en marchas y movilizaciones.
Bailan en teclados de letras. Acá y allá. En una, dos, tres lenguas. Componen trabajos, cartas comerciales,  para amigos, de amor, noticias, relatos de aventuras, dolores, alegrías. Escriben, todo el tiempo. Poemas, luego cuentos.
Acarician cariñosas rostros con arrugas, muchas queridas arrugas. Hasta que no hay más rostros con arrugas para acariciar.
Se hunden en la tierra, colocan semillas que brotarán. Cosechan frutos de plantas que se multiplican, pelan tomates, cortan lechugas, pican acelgas. Cuando el sol calienta se funden con olas.
Creyendo no haber más placeres por conocer encuentran el sutil y complejo mundo felino. A partir de ahí incorporan horas de acariciar esos cuerpos suaves, peludos, ronroneantes.
Sujetan manubrio de bicicleta para recorrer tiempos y espacios sin límites.
Sin batuta, dirigen el aire mientras Beethoven sube y se filtra en su medula, en una milagrosa conexión  que atraviesa siglos, uniéndose al concentrado creador del autor. Borran lágrimas.
Los años pasan, unos tras otros, tras otros, tras otros. Siempre solas.
Cuando pensaron que el futuro se había anclado en un eterno ayer, aparece una mano grande y lo sacude todo. Entonces se descubren aún vivas, muy vivas a pesar de los dedos deformes, las arrugas, las manchas.
La rueda vuelve a girar. 

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