-Hace mucho que Tengo ganas de tener algo con vos.
-Somos dos.
-Vos no quisiste.
-¿Yo? ¿Cuándo?
-Aquella vez Parece que fue ayer te caí una tarde.
-Ah. Me tomaste de sorpresa y no supe manejar la
situación. Además estaban Teresa, los
chicos.
-Me separé.
-Ya sé que te separaste.
-Los chicos están conmigo.
-¿ . . . .?
-No quieren vivir con la madre.
-Entiendo.
-Ahora soy libre, no busco compromisos ni ataduras.
-Entiendo.
-Te llamo y arreglamos.
Sin embargo, camino a casa, la mujer no entendió nada. La media vuelta se conocían hace muchos
años y, junto a la amistad transitada, nunca dejó de sobrevolarlos una fuerte
atracción, agotada en reiterados chichoneos, siempre en público. Dejaron de
tratarse durante un tiempo y ahora esto. Pasaron dos días, hasta que
-¿Estás? En diez minutos te caigo.
La mujer corrió al espejo, vio un rostro luminoso que
para nada acusaba sus sesenta y cinco años y esperó tranquila.
La tranquilidad fue sacudida Campanitas de cristal cuando
el hombre irrumpió con su ansiedad postergada y tras unas pocas palabras y
otras pocas caricias, la volteó sobre la cama.
Fue breve, enérgico y doloroso.
Tras la muerte de su compañero, durante largos veinte
años la mujer eligió encapsularse en una no-vida sensorial. De intensa y precoz
sexualidad, había descubierto el placer solitario de muy niña, nunca dejó de
practicarlo hasta que, para su retraimiento adulto, resultó más sencillo a los
afanes de seducción, al conocer y darse a conocer aunque, llegando a sus
bramidos de éxtasis, jamás olvidó lo que eran con una verga en las entrañas.
Ahora sintió la necesidad de ver al hombre ya para contarle lo que había pasado, lo que le
estaba pasando, que no se trataba de un encuentro como cualquier otro. Antes de, después de.
Le llevó sólo unos minutos hablarle de su largo retiro,
lo maravilloso vivido unas horas antes y que hubiese sido él, precisamente él, que
no Llegaste tarde.
-Por eso . . . teneme paciencia.
Le aclaró, por las dudas, que ella tampoco buscaba compromiso. Llevaba
sola mucho tiempo y ahora que la había rescatado de su letargo no necesitaba
más que una buena charla, un buen revoltijo y cada uno a su casa.
-No sé qué te parece.
-Perfecto, como quedamos el otro día.
Al segundo encuentro
-No existen
límites, así no, quiero que vos también . . .
-Cuando estoy
contigo ya va a llegar. Me siento transitando un bellísimo camino con un
final también bello pero queriendo alargar y alargar el camino Voy
a apagar la luz.
siguió el silencio.
Dos, tres días. La mujer, rescatada de su nicho y
elevada de un tirón a las alturas, se encontró flameando, con una enorme rosa
palpitando entre las piernas que demandaba ser revuelta, deshojada, estrujada.
Cinco, seis días. ¿Se asustó? ¿Se arrepintió? Después
de todo tenía sólo cuarenta y nueve años. ¿Tendría que haber sido más recatada?
¿Nunca aprendería a contenerse?
Ocho, nueve días. Poco a poco la rosa se volvió
capullo, la calma reinó en su ánimo y se preguntó si no se habría tratado sólo
de una fantasía.
El día once sonó el teléfono.
-En media hora estoy allá. Me quedo más tiempo.
Fue mucho más tiempo, fue todo el tiempo Nosotros, Somos, No sé tú. Arriba,
abajo, de costado, atrás, adelante, de pié. En la oscuridad pedida por la mujer
para que el hombre, en el máximo de su plenitud, no se confundiera con la
visión del otrora elogiado cuerpo de ella ahora penosamente deteriorado, la
sinfonía de quejidos, jadeos, susurros tiñó el festival de sentidos que parecía no terminar nunca, con un clima
misterioso donde cada terminación
nerviosa, cada poro, cada partícula de carne y piel latía, latía, latía
mientras, como si el umbral entre el placer potente e infinito rayase el dolor,
sus lágrimas no dejaban de brotar, mezclándose con el sudor de su cara.
-Estaría horas y horas así, teniéndote adentro,
quietos, sin movernos, sólo sintiéndote, Me
vuelves loca envolviéndote en mi jugo, lleno de Sabor a mí.
Resignada a valerse sola hacía tanto se descubrió, de
pronto, subyugada por ese varón que la acomodaba una y otra vez para que su
bestial coreografía resultara en el mayor placer posible.
Después no hubo reposo sino Contigo aprendí un continuo repetirse y repetirse el prodigio de
estar viva, Tú me acostumbraste con
la certeza de no haber alcanzado tamaña plenitud ni a los cuarenta, segura de
esa intensa serenidad a la cual, supo, ya no podría renunciar Toda una vida.
La rosa estaba otra vez vibrante, los pétalos bien
abiertos para continuar recibiendo al amigo visitante.
Excelente texto !! Te felicito Cristina
ResponderEliminar