-¿Desde cuándo estás ahí?
-Desde que encendiste las luces.
-¿Viste lo que pasó?
-Sí. Se fue.
-Se fue, se fue ¿no se te ocurre nada más?
- . . .
-¿Sabés qué? Muchas veces me harta tu compañía
que, en realidad, es la nada, sin principio ni fin.
-Algo excesivo ¿no te parece?
-¡¿Excesivo?! Estoy a tu merced, subordinado a
tu presencia condicionante.
-Y sí, estamos juntos casi desde que aprendiste
a caminar. Me pregunto qué te está pasando para haber despertado, de pronto,
semejante rebeldía.
-Me irrita que el pensamiento domine los signos.
-Somos lo mismo.
-No del todo. No necesariamente algo existe en
sí y por sí mismo. Una estructura sin centro deja sólo discurso y no me
interesan los discursos que pretenden contar la realidad. Quiero la realidad
del discurso.
-Noto que están viendo a Derrida y lo estudiaste
a fondo.
-Acabo de vivir algo rejodido, me siento para la
mierda y vos me salís con Derrida.
-No fui yo quien se puso denso.
-Me gustaría estar solo pero sin oscuridad.
-Sin oscuridad estoy también cuando te pasan
cosas lindas.
-Es cierto, pero esos momentos suman, los otros
restan, succionan. Ahora me siento como una bolsa de piel vacía, sin huesos ni
órganos, colgando de un clavo que, encima, me pincha la espalda.
-Sos exagerado ¿eh? Ya va a volver. Pegate una
sacudida para acomodar el contenido de la bolsa de piel vacía así, cuando
vuelva, se dará cuenta que sos el de siempre.
-¿No ves? Se fue porque se cansó de cómo fui
siempre. Entonces tendría que proponerme cambiar, pero eso es algo descartado
para vos.
-Sin embargo sus palabras finales podrían haber
sido peores. No fue como un portazo, dejó abierta la posibilidad para volver a
empezar.
-Es demasiado vago eso. Estoy para la mierda
ahora, ni mañana, ni pasado.
-Nos queda por recorrer juntos mucho tiempo
todavía: somos rejovenes, gozás de buena salud, no fumás ni chupás, te va bien
en los estudios . . .
-¡Callate! No te soporto más. Voy a apagar las
luces.
*¿Adivinaste? A que sí.
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